Pues yo creo que sí, el guardar vinos en condiciones razonables me ha dado algún que otro disgusto, para qué negarlo. Sin embargo me ha dado las mayores satisfacciones. Generalmente guardo cualquier vino entre dos y cuatro años antes de darle matarile, aunque hago alguna excepción, si la paciencia me lo permite. Pero hay que poner algunos puntos en claro.
La cosecha de 1.994 fue la segunda que hice en Rioja, yo curraba en Campo Burgo cuando Rioja Baja estaba totalmente desprestigiada y la bodega tampoco estaba muy allá en comentarios y críticas, pero vendía y era líder de exportación. Tampoco es plan de contar batallitas ¡Al grano!
En 1994 estábamos en una de las sequías -cíclicas, que no pertinaces- hizo un calor de narices en verano -vaya cómo ahora-, pero el rendimiento medio de aquel año fue de unos 5.000 kg/ha, la edad media de la viña no tenía nada que ver con la actual tras reestructuraciones, regadíos, clones productivos… El Consejo Regulador define así la cosecha. Así que yo no digo más.
Pues bien, tuve el acierto de comprar 10 cajitas -120 botellas- de la primera partida de crianza que sacamos al mercado tras un año en barrica, que hoy consideraríamos vieja, y me las llevé a la cueva de la casa del pueblo en Toledo. Tras consumir algunas botellas de ese vino potente, algo duro, pero cargado de frescura -menos de 13% vol, pH 3.4- ahí se quedaron un montón de botellas.
La cuestión es que hubo que tirar la casa y hacerla nueva; gracias a la imaginación de mi hermano Ángel la cueva libró y, tras un viaje de ida y vuelta a la cueva de mi amigo Tiri, ahí han estado otros 10 años en un montón. Así hasta que este año, en Mayo, a mi sobrino Míguel (sic) le ha dado por casarse y en una de las muchas pre-celebraciones a Ángel le dió por sacar alguna botella, en plan quitarse un estorbo de en medio. Total la gente se bebe lo que le echen. Y él, que no tiene ni idea de vino, me puso de sobre aviso -Estos cab… se lo beben como agua-.
Yo que, afortunadamente, me había escaqueado, al volver a Madridejos para el evento me pimplé alguna botella con la familia y las sensaciones fueron muy buenas. Me traje unas botellas -otros 500 km- al pueblecico dónde vivo y tras unas semanas de reposo este fin de semana he abierto una botella como Dios manda: estábamos cenando sólo dos, apertura con cuidado para no agitar, el corcho hecho un asco, decantador y BEBER TRANQUILO en copa fina. El abanico y la complejidad de la nariz anonadaba, en cada trago el vino se venía arriba y el paso de boca era terciopelo puro. El comentario de mi acompañante, a la que le gusta mucho el vino pero no es ninguna experta fue ¡Qué suave!
Dejamos medio decantador para el día siguiente y el vino seguía ahí ¡aguantando con un par!
Abajo dejo constancia gráfica de cómo están las botellas.
ASÍ ANDAN DE PINTA LAS BOTELLAS
Resumiendo:
- Los españoles somos unos infanticidas de vinos.
- Hemos hecho cosas muy mal. Hemos subvencionado la pérdida de calidad.
- Si un puñetero crianza, elaborado con los medios de una bodega humilde en 1.994, más de 20 años después está así de bueno la culpa es de las uvas.
- Si pusieramos alguna vez las luces largas para cuidar el patrimonio vitícola mejor nos iría.
- Nunca desprecies el gusto de la gente corriente. Lo bueno mola.
P.S.: Campo Burgo murió de «éxito» en 1.999, en pleno Boom del vino de Rioja, una acertada política de compras la hizo objeto del deseo de un gigante que se la comió sólo por sus existencias. Yo abandoné el barco a tiempo, pero mucha gente se quedó colgada de la brocha por el delito de haber trabajado con honradez y profesionalidad.